Retablo del altar mayor

Queremos agradecer a la empresa Dron3D las fotografías que mostramos en esta sección, un montaje de varias instantáneas tomadas por dron y retocadas a ordenador.

Manuel Ortega realizó una importante obra pictórica en nuestra parroquia, destacando el imponente retablo del altar mayor, realizado en mural, encasetonado, en cinco pisos y tres calles. El conjunto mide catorce metros de alto por cinco de ancho, ocupando una superficie total de setenta metros cuadrados. El estilo sobrio y grueso del enmarcado en mármol color tierra le da una unidad al conjunto, y permite que resalte el colorido de cada una de las escenas.

El autor representa la última semana de vida de Cristo, narrada de derecha a izquierda y de abajo arriba, siguiendo una tradición milenaria en la ejecución artística de los retablos con escenas: se parte de la tierra para llegar al cielo, dando a entender que el evangelio es realizar interiormente ese camino, si profundizamos en lo que Cristo nos enseña. Son las escenas que la iglesia contempla el domingo de Ramos: la entrada triunfal, la última cena, la oración en el huerto, el prendimiento, los juicios, la pasión,  la crucifixión y muerte, y el entierro del Salvador.

La primera escena narra la preparación de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mc 11,2-3): el Señor les señala con el índice que vayan por el pollino, en el que nadie había montado. La postura y el gesto de Jesús indica un movimiento impaciente, un deseo ardiente de culminar la tarea para la que ha venido al mundo. El pollino manifiesta al Rey y Mesías venciendo con la mansedumbre y la humildad, como rey de paz.

La siguiente escena, que queda detrás del sagrario, representa a Cristo sobre el pollino, en una representación frontal, ovacionado por la muchedumbre con palmas en las manos que a los flancos del maestro van cantando «Hossana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21,9). Así se cumplen las profecías de Zacarías 9,9.

El detalle más novedoso de este retablo lo encontramos en la siguiente escena: desaparece la comitiva y representa a Jesús solo, sin compañía, entrando en una Jerusalén representada por la arquitectura que aparece a la izquierda. La ausencia del pueblo acompañando con su jolgorio y griterío nos introduce en la intimidad del momento, que nadie ve: por fuera, una algarabía estrepitosa; por dentro, un misterioso y escondido designio del Padre por el que el Verbo encarnado va a cumplir las profecías mesiánicas, va a restaurar con su sacrificio el daño del pecado original, va a renovarlo todo con su pasión, muerte y resurrección. Es la soledad de quien se dirige a una misión que nadie comprende, sólo el Padre.