En nuestra parroquia contamos con la primera reliquia en Madrid del beato José Gregorio Hernández, médico venezolano que falleció con fama de santidad a comienzos del siglo XX en Venezuela. Su beatificación en Caracas a principios de 2021 fue seguida del reparto de sus reliquias corporales para la veneración pública. Se trata de una reliquia de primer grado «ex ossibus» («de los huesos»). Al final del artículo encontrarás una explicación de las partes del relicario, diseñado con elementos que pretenden reflejar la personalidad de José Gregorio.
La reliquia fue traída por el Cardenal Baltazar Porras —administrador de Caracas— y entregada a nuestro Cardenal Arzobispo Carlos Osoro en nuestra parroquia en marzo de 2021. De este modo, la veneración del nuevo beato alcanzará muchas gracias del Cielo a los fieles y, quizá, pueda incluso darse el milagro necesario para que se abra su proceso de canonización. Cualquier favor a este respecto, hay que comunicarlo a la parroquia.
Además de la reliquia, contamos con un espectacular retrato del nuevo beato pintado al óleo, con figura frontal de tres cuartos sobre fondo indefinido y vaporoso, realizado por la pintora y retratista Doris Ramos. De gran calidad artística, se trata de una de sus mejores representaciones el mundo tanto por su detalle como por su impactante presencia.
La memoria litúrgica se celebra el 26 de octubre, día de su nacimiento.
—De rostro sereno y mirada extraordinariamente penetrante, su presencia llama la atención nada más entrar a la iglesia.
—Quizá el detalle más impresionante sea su leve sonrisa, cuya expresión lo inunda todo de la paz interior y la serenidad de espíritu propia de quien vivió confiando en el Señor, porque le conocía y amaba. Esa certeza de ser hijo de Dios y vivir como tal es la fuente de la alegría propia de la vida cristiana.
—Su pose desenfadada transmite una confianza que lleva a un inmediato diálogo, como si estuviera ya escuchando, esperándonos para que le contemos nuestras dolencias de cuerpo… y sobre todo de alma.
—Al mismo tiempo, su figura imponente, llena de la luz tabórica propia de la gracia, se convierte en el testimonio de su santidad, resaltada por el efecto blanco de la bata más que por la delicada aureola. José Gregorio ya está en el Cielo, es beato, esto es, bienaventurado y santo: goza de la Luz, que es Cristo, para toda la eternidad. Y es al mismo tiempo un gran amigo que, desde el Cielo, desea hacerse presente en la tierra para acompañar nuestro camino por la vida para conducirnos donde él ya disfruta en la eterna alegría de la casa del Padre.
—La bata blanca y el fonendoscopio de la época sobre sus hombros revelan su vocación y profesión de médico, con la que dio mucha gloria a Dios con altura profesional y científica. Fue a la vez docente universitario en la Universidad Central (Caracas), investigador brillantísimo (publicó varios estudios e innovó en su campo científico) y también médico asistente de un sinfín de pacientes. Nos interpela a todos a cumplir bien nuestro trabajo cotidiano, ofreciendo a Dios todas nuestras capacidades para trabajar mucho y bien, como el Señor quiere, santificando el trabajo y ayudando a santificar a tantos a través de nuestro trabajo bien hecho.
—Brilló por sus cualidades humanas e intelectuales: fue el más brillante de la carrera. Hombre de amplísima cultura (conocía 6 idiomas y tocaba el piano), unió a esas extraordinarias cualidades un espíritu de servicio en todo aquello que hizo. Nos interpela a desarrollar todas aquellas cualidades que el Señor nos ha concedido para que, a través del ejercicio de lo que hacemos, imitemos la capacidad creadora del Señor.
—Atendió como médico a muchas personas sin recursos, añadiendo a su trabajo un horizonte de caridad que realizó en muchos casos de modo heroico. De hecho, su vida terminó en este mundo realizando una obra de caridad: la atención a una persona enferma sin recursos. No estaba previsto que un coche le atropellara ese domingo 29 de junio de 1919 (Caracas). De este modo, murió imitando a Cristo atendiendo a los enfermos y cuidando de los pobres. De hecho, se le venera en como «el médico de los pobres».
—Su mano derecha en el bolsillo representa un gesto habitual suyo, a decir de varias fotografías que se conservan; un toque de su personalidad que transmite cordialidad y cercanía a quien le contempla. Así, se plasma su normalidad, alejada de gestos afectados o rarezas con las que a veces se interpreta la vida de los santos: una persona normal, de honda piedad, trabajadora, muy profesional, y al mismo tiempo sencilla. Fue un laico entregado a su vocación de servicio en alma y cuerpo. Tuvo dos intentos fallidos de consagrarse al Señor: uno en la Cartuja de Farneta, en Italia, donde adoptó el nombre de «Hermano Marcelo» y que abandonó por motivos de salud con gran pesar de sus hermanos; el segundo, estudió teología en Roma, pero abandonó también por motivos de salud. Su condición de laico nos recuerda lo fecunda que puede ser la tarea apostólica y misionera propia de quienes no abrazan la vida consagrada y el sacerdocio.
—En la otra mano, el santo rosario que tanto rezó e hizo rezar. Va por la sexta avemaría del cuarto misterio, como dando a entender que sigue intercediendo por nosotros ante la Madre de Dios. De este modo, nos muestra la necesidad de llevar una intensa vida de piedad y oración, de la mano de María. Ella es la gran maestra de la oración y de la escucha de la voluntad de Dios.